Qué triste es acordarme de cuando me besabas -nuestros ojos cerrados extasiados y nadando quizás en qué remotos y hermosos lugares- tan apasionadamente que creía que de un momento a otro iba a demayarme, porque eran tan preciosos tus besos, tan cálidos, tan encontrándose con los míos, tan sincronizando, tan bien como cuando iba a natación y estaba al máximo de concentración con los miembros de mi cuerpo. Piernas, brazos, espalda, respiración, todo iba bien, y era en ese preciso momento cuando lo único en lo que pensaba era en ...
vamos nada, yo, nada, llega hasta el final, llegaste, ahora devuélvete, quedan 5 vueltas, vamos, ahora son 4, nada, yo, nada, ese mocoso de adelante es una tortuga, adelántalo, bien, lo dejaste atrás, rápido, estos idiotas del primer nivel son unos buenos para nada, no sé para qué vienen. Flojos de mierda, ya basta, sigue nadando. Y nada más. Pero a veces no lo lograba. Mi cabeza, cuasi pegada a mi cuerpo -porque corre el serio peligro de despegarse- solía ir a meterse a la peor escena vivida, y era esa maldita escena -que quizás cuántos años lleguen a transcurrir para que pueda olvidarla- la que no me dejaba hacer bien mi tarea. Maldita escena de nuestros besos, de los ojos cerrados, bien cerrados, era como que no pasaba ni un minuto pero a la vez pasaban horas ahí, de pie...
Lo triste de todo aquello, es que cuando finalizaba de revivir esas emociones -revivir los ojos cerrados- llegaba el recuerdo irrevocable e
inevitable que hace que te maldiga a tí y a esa maldita escena. Era el triste momento en que después de besarme, abrías los ojos, me mirabas, serio, para siempre
eternamente serio.
Nunca me sonreíste. Ni aunque te hubiera contado el mejor chiste del mundo hubieras esbozado una sonrisa.
Te odio, mi amor.
Ya te lo dije, pero lo vuelvo a decir: lo que escribes es tan visceralmente sincero, no sé cómo decirlo de otra manera. Hermoso, realmente.
ResponderEliminarjaja, gracias, eres una de las primeras en halagar mi ironía y mala onda de un nativo Leo como yo :D
ResponderEliminar